Tiendas de Barrio

Antonio tiene una tienda de tejidos para el hogar en pleno centro de Madrid. Almacenes de Aragón heredada de padre y abuelo, llevan en la Corredera Baja de San Pablo desde principios del siglo pasado. Tan vieja y tan vintage como la máquina registradora con la que le hago posar, ahora le busca un coleccionista que la siga mimando.

Los pijamas de franela del escaparate me intrigaron tanto que nos animamos a entrar. Al pedirle permiso para hacer alguna foto a su tienda centenaria se encendió la mecha de la conversación. Me comenta Antonio que se pueden contar con los dedos de la mano los clientes que entran un sábado por la tarde, y además que estos son muy distintos a los de cualquier otro día de la semana. En asueto se entra a la tienda con una predisposición diferente; más tranquila, más charlatana, más de véndeme lo que quieras. Que si dame unas sábanas del Real Madrid para el niño o una faja para la abuela. Los lunes se venderá más, pero la gente va a tiro hecho, saben lo que buscan. Antonio tiene elaborado todo un tratado sobre la psicología del comprador.

Antonio es un tipo que se comunica realmente bien y con su camisa bien planchada y corbata transmite un estilo de despacho más que de mostrador. Es entonces cuando nos cuenta que a los 30, por gusto y por ponerse un poco al nivel de estudios de su señora y círculo social más cercano, se puso a estudiar Derecho a media jornada. Sin prisa pero sin pausa. Tanto empeño le puso a los libros que hasta acabó leyendo tesis doctoral sin abandonar nunca el negocio familiar.

Antonio se queja de los políticos del Congreso como todo hijo de vecino. Espera poder jubilarse en tres años y dos días, las cuentas de lo que le queda las lleva como cuando hacía la mili, me dice. Habla resignado sobre la crisis mientras corta la tela para hacer unas fundas de almohada a medida que le han encargado. Aunque se percibe que a pesar de todo es un tipo bastante feliz, realizado.

Su negocio no sólo está tocado por el efecto mariposa que sufrimos ahora todos del ladrillo. Lo suyo empezó a resentirse de verdad a mediados de los 90 cuando los hipermercados brotaron por toda España combatiendo con su economía de escala al pequeño comercio. Ahí empezó esa caída de estas tiendas de barrio cercanas de tenderos con experiencia, inteligentes y simpáticos con las que se puede conversar. Gente que creaban tejido y cohesión social en mitad de procesos mercantiles ahora tan eficientes como fríos.